La facultad de consumir mucho y a un ritmo rápido, cambiando de coche, de alcohol, de casa, de radio, de mujer, indica de ahora en adelante en la escala jerárquica el grado de poder al cual cada uno puede pretender. De la superioridad de la sangre al poder del dinero, de la superioridad del dinero al poder del gadget, la civilización cristiana y socialista alcanza su estadio último: una civilización del prosaísmo y de la banalidad vulgar. Un nido para los homúnculos de que hablaba Nietzsche. El poder adquisitivo es la licencia para comprar el poder. El antiguo proletario vendía su fuerza de trabajo para subsistir; su reducido tiempo de ocio se pasaba -mejor o peor- en discusiones, peleas, juegos de taberna y del amor, caminos, fiestas y motines. El nuevo proletariado vende su fuerza de trabajo para consumir. Cuando no busca en el trabajo forzado una promoción jerárquica, el trabajador es invitado a comprarse objetos (automóvil, corbata, cultura...) que le...