TODO TIENE UN PRECIO



Todo tiene un precio. Esta moraleja es lo que los jovenes hoy no quieren aceptar, aquello de que todo lo que haces tiene un precio, una consecuencia que alguien debe pagar. Siempre he pensado que es una cosa de equilibrios, más que de castigos. Que cuando haces cosas buenas estas siempre vuelven de una forma u otra, lo mismo que las malas. Pero no porque exista un Dios barbudo en un pedestal con la paciencia de los antiguos hombres machistas y aburridos, sino porque la mayoría de las cosas en la naturaleza  funcionan sobre los equilibrios.

El problema es que la mayoría de los precios a pagar son durísimos. Probablemente porque las cosas las deseamos con mucha avidez y/o pasión. Así que tal vez el precio que se nos pone es en realidad una expresión de nuestro deseo. Tal vez sí es cierto que desprenderse de todos los deseos es el camino a la libertad y a la plenitud. Por desgracia, prefiero estar encadenado con mi cariño por mis hermanas, que liberarme volviéndome completamente indiferente a ellas. Digo por desgracia porque esa sería una oferta perversa, preguntarme si ahora que estoy tan lejos desearía eliminar la nostalgia eliminando mi cariño.

Digo todo esto porque tengo perfectamente claro cuál es el precio que estoy pagando cada día por todo lo que me han dado y por lo que di gracias. En realidad hay precios y precios, algunos soportables -como estar lejos de la familia- y otros insoportables, como el que me lleva a escribir esto hoy, que es estar lejos de la voluntad de Dios. Supongo que sin faltar a la verdad, puedo decir que no tengo ya un gato. Mi mamá ha sido inmensamente generosa con él y lo acogió junto a su propia gata. No tengo ninguna duda de que eso es a largo plazo lo mejor para él, que era tan inmensamente regalón que cada día recibía una canción al despertar. Sin embargo,  hay que duele. Duele más que el más terrible dolor que haya tenido. Creo que me duele más porque yo fui quien lo dejó. No hay día en que no sueñe con alguna magia, algún montón de billetes, alguna oportunidad en la vida que nos permita vivir juntos. Pero eso ya se terminó, porque en el momento en que me fui perdí el derecho de alterarlo más. Después de todo es un gato y como tal no entiende razones, no entendería ni soportaría un viaje en avión de 2 horas al menos, ni cambiar la libertad por una pieza en una casa compartida con un  personas   diferentes.

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