TIBIO ROCÍO QUE ESTREMECE MI SEMBLANTE


 
Cabalgaré las cimas de las olas

a lomos de un hipocampo de plata,

corcél marino de agua, brisa y sal

engendrado en el abisal abismo.



Las grises ballenas servirán de guía

al peregrino de cantos de sirena,

curtido en mil batallas en tierra

y hundido en profundidades negras.


La espuma servirá de espejo al sol,

el viento de barlovento soplará firme,

mostrando un rostro adusto y agraviado

por el desdén que le mostró  la tramontana.



Los delfines surcarán un espacio de cobaltos

envuelto en añiles y manchado en níveos,

con reflejos residuales de luz de luna

que envuelven el mar en un cortejo de amor.



Danzaré el baile del deseo encadenado al ancla

que se desprende por fin de la herrumbre de antaño,

ataúd que atesorados guarda viejos huesos,

descarnados al vaivén del tiempo acontecido.

Murmurarán los peces melodias silenciosas,

mirar de ojos saltones que hipnotizan al hombre,

mientras la pesada losa turbia de agua salobre,

cubre el breve epitafio dedicado al marinero.



Poeta de agua dulce cabizbajo bajo un bosque de algas,

clamando piedad por no poder bucear eternamente,

cobijado en las anémonas y oculto tras los corales

que callan la canción ansiada en el tumulto de las ánimas.



Surcaré arenales vírgenes que se pierden en el fondo

en un mar que zozobra en los recovecos del estio,

mientras una serpenteante cordillera  marina de coral

sirve de sortilegio, a lo efímero de la propia existencia.



Volarán gaviotas abatidas y sumidas en sus miedos,

al hedor de la carroña de los buitres desalmados,

mientras Poseidón sueña con volver a la Atlántida

escoltado por un sinfin de Nereidas y de Ondinas.

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