EN LA VIDA HAY QUE TOMAR DECISIONES
En la vida, llega un momento en el que tienes que parar, parar de hacer cosas y sentarte a pensar. A pensar en tu vida, en general y a especificar, si es que tienes que hacerlo, en cosas concretas que han marcado un antes y un después. Y es difícil. Es difícil porque nunca sabes por dónde empezar. Yo siempre comienzo por el final. Como los buenos libros. Y voy dando pasitos muy pequeños hacia atrás. Con miedo. Con muchísimo miedo.
La electricidad, la oscuridad y la vida en sí me paralizan. Les tengo pánico. Pánico con mayúsculas, con las seis letras correspondientes bien ordenadas. Siempre he creído que crecer es pensar con la cabeza… Justo ahora me doy cuenta de lo equivocado que estaba. Crecer es sentir a secas.
No digo que se sienta más con veinte años que con quince. Digo que a medida que una crece, debe ir preparándose para sentir cualquier cosa, para sentir con todo el cuerpo. Crecer no sólo implica una serie de responsabilidades, implica un curso intensivo en el que uno mismo se enseña y aprende a asumir esas responsabilidades que de repente empiezan a caer de la nada.
Y tienes que estar preparado. Preparadísimo. Tienes que asumir cada decisión que tomas, para bien o para mal. Luego, no sé. De pequeño te enseñan a saber perder. Pero a medida que pasan los años, te das cuenta, o al menos yo me doy cuenta, de que casi es más importante saber ganar que saber perder. Porque nunca se gana y ya está.
Después de colgarte la medalla y recibir las felicitaciones correspondientes queda lo peor: Mantenerse. Y es algo que cuesta muchísimo.
Errar es humano, arrepentirse también lo es. Quiero cambiar muchas cosas. Pero siempre me propongo metas que sé que, si me esfuerzo, las puedo alcanzar. Así, de esta manera tan simple, soy feliz.
Comentarios
Publicar un comentario