YO SOY FE



Malena tenía 14 años, recientemente había entrado a la adolescencia y aún así, no hacía tanto se había quedado medio huérfana, su padre hacía dos meses que había muerto de influenza. Así que Doña Soledad, mamá de Malena, siempre cargada de hijos, había quedado viuda con 8 bocas que alimentar y una más que tan pronto como saliera de su vientre tendría que amamantar, pero ahora si que el bebé no era el problema, lo que realmente preocupaba a Doña Soledad era su pobre condición física, pues desde que había muerto su marido ella no fue capaz de levantarse de la cama, se quedo simplemente sin fuerzas, ya no había nada, ni en el corazón, ni en el cuerpo, ni en el espíritu.

La familia Martínez Alfaro nunca había sido rica, tampoco medio pobre, más bien humilde, pero eso no le importaba a Doña Soledad, o al menos ella creía que no, o al menos dejó de importarle hasta que murió Don Enrique, pues viéndose tan necesitada mando a casi todos sus hijos a medir la caridad de la gente, había dicho a Malena que ella se quedara en casa por si al bebé se le ocurría nacer. Chuyito, el más pequeño aquel día tampoco fue a pedir limosna por las calles del pueblo, pues apenas si sabía caminar.

Cuando Malena había visto partir hacia la plaza principal la procesión de sus jóvenes hermanos sintió, imaginó y vio como su corazón quedaba encogido para siempre. Cualquier vividor les hubiera dicho a María, a Pablo, a José, a Pedrito, a Virginia e incluso a Rosita (quién después de Malena era la mayor, y por consiguiente los cambios de ropa no le llegaban tan gastados por Malena) que pusieran cara de lastima, que rompieran y ensuciaran un poco su ropa para que adquirieran apariencia de necesitados, pero en su caso no hacía falta, pues sin dinero, ni quien pagara los servicios de su casa, se habían visto privados de luz y agua, y por consiguiente de esa mínima sanidad que aunque fuera les quitará ese ligero mal olor al que ellos durante esas últimas semanas se fueron acostumbrando. Cuando los hijos de Doña Soledad terminaron de escuchar lo que les pedía con todo el dolor de su corazón su madre, agacharon la mirada para que ella, en su estado de enfermedad no viera sus lágrimas.

Según los recuerdos de Rosita el primer día que salió a la calle a pedir dinero no fue fácil, ni tampoco el que siguió ni el que vino después de ese, sin embargo, aguantaba toda esa vergüenza al ver que al final del día en la mesa de su casa había 4 panes, medio kilo de frijoles y un poco de leche. Y así, los hijos de Doña Soledad y de Don Enrique pasaron todo un mes ininterrumpido “trabajando” hasta que un día que llegaron a casa encontraron a Malena con un bebé en un brazo y el cuerpo sin vida de su madre en el otro. En ese momento nadie sabía si correr, gritar o llorar, lo único que sabían, era, que a partir de entonces la vida no podría ser más dura de lo que ya había sido.

Y es curioso como la vida nos permite seguir adelante después de este tipo de tragedias cotidianas, pues Malena se levantó de ese lecho que había traído muerte y vida al mismo tiempo para su familia y se prometió a sí misma dos cosas fundamentales: la primera era que nunca iba a permitir que la debilidad de carácter de su madre la alcanzara y la doblegara y la segunda era que por nada del mundo sus hermanos pedirían limosna otra vez.

El día de la muerte de su madre, Malena con lo que pudo se limpió las lágrimas, se pudo el vestido menos gastado que le quedaba y salió a buscar trabajo, a ella le daba lo mismo si le pagaban por limpiar baños o cuidar a una anciana, lo que quería era restaurar la dignidad quebrantada de sus hermanos. Afortunadamente, esa misma tarde se encontró con que en la casa de los Fernández Infante una de las sirvientas había renunciado pues se había ido a probar suerte a la gran ciudad. El Señor Roberto, Jefe de esa familia, la vio muy escuálida y sucia pero había algo en sus ojos, que le inspiraron confianza y supo que esta chica no les defraudaría.

Al día siguiente, muy por la mañana, Malena y sus hermanos enterraron a su madre y al volver a casa se disponían para ir al “trabajo”, cuando entonces Malena con ojos de furia los detuvo en la puerta diciendo: -“A partir de ahora solo cruzarán esta puerta para ir a la escuela”-. Nadie, ni María, ni Pablo, ni José, ni Pedrito, ni Virginia ni siquiera Rosita se atrevió a desafiarle. Dicho esto, los chicos tomaron su cuaderno gastado y retomaron sus clases. Rosita se quedó con la niña recién nacida a cuidarle, cantarle y mimarle, adaptándose, a los trece años al papel de Madre.

A veces la mala suerte golpea dos, tres o más veces en el mismo lugar, llega a la vida de los desafortunados una y otra vez, como aquel río que reconoce el camino… Así que Malena y sus hermanos, además de vivir con tantas carencias, tuvieron que enfrentar la enfermedad de la más pequeña de la casa, lo mismo le daba a la fiebre llegar de tarde, de noche o en la madrugada. Todos renunciaron voluntariamente a la ración de leche, pan y tortillas diarias por tal de ver a la pequeña bebé abrir alegremente los ojos de nuevo.

Durante dieciséis semanas la pequeña recién nacida fue llamada “bebé” hasta que un día cuando llegó Malena a casa agotada de trabajar y con ganas de renunciar, estuvo a punto de soltar tantas lágrimas que ella bien sabía podrían inundar su casa, cuando en eso, la cara de “bebé” hizo un gesto extraño… ¿Acaso le estaba sonriendo? Entonces con ese simple movimiento facial que Malena interpreto como sonrisa olvido por completo el cansancio y los propios deseos de ser una chica como las demás, con esa pequeña sonrisa Malena sintió tantas cosas traducidas en esperanza que cuando se acercaron a la mesa sus hermanos para cenar, tomó en brazos a la pequeña y seriamente les dijo: -Ella ya no se llamará “bebé”, pues a partir de ahora se llama “Fe”-, nadie otra vez, ni María, ni Pablo, ni José, ni Pedrito, ni Virginia ni siquiera Rosita que pensó inmediatamente que la iglesia los excomulgaría por usar ese nombre se atrevieron a opinar algo diferente, nadie contradijo a Malena.

Han pasado treinta años desde que Malena y sus hermanos quedaron huérfanos, sin embargo, si ahora los vez podrías jurar que no son los mismos, porque cuando los vez son tan diferentes, que lo único que les queda de aquella dura infancia son los recuerdos, todos han tenido grandes logros pero sobre todo han permanecido unidos sabiéndose apoyar y luchar juntos contra todo, como dice Malena: “porque no hay nada peor que cuando te das por vencido”.

Por cierto, yo soy Fe y tu Malena siempre has sido mi modelo a seguir… mi esperanza.

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